jueves, 17 de enero de 2008

De la res perdĭta


La gente pierde cosas todos los días. Cosas físicas o etéreas, materiales o percibidas, reemplazables o únicas. Se pueden perder cosas propias o ajenas, cosas que se pueden comprar con dinero y otras que no tienen precio. Podría seguir así hasta el infinito.

Pero, ¿qué es lo que tienen en común?

La sensación de ausencia, el cambio de los que antes estaba a lo que ya no está, la diferencia entre dos estados similares, que una balanza pesaría como iguales pero que no contienen lo mismo. En este caso, la equivalencia es un mito.

Una de las pérdidas más chocantes es la de la vida. La propia, que sería el principio del fin de la existencia de uno mismo. Y la ajena, la de alguien cercano, al que se le escapa el último aliento.

En este caso, la carencia es aún más dolorosa para los que se quedan. Porque para el que se va comienza una nueva etapa, la vida de la fama o vida histórica. Es aquella que continúa siempre que haya alguien que te recuerde.

Al fin y al cabo es la triangulación de la existencia: lo físico, lo espiritual y su entorno.

viernes, 4 de enero de 2008

Sueños extraños


Hoy he tenido un sueño de esos extraños. Supongo que haya gente habituada a ello aunque este no es mi caso.

Yo, por mi parte, suelo soñar pocas veces y aquello en lo que sueño se me olvida a los 5 minutos de despertar.

Sin embargo, éste ha sido de los primeros que guardo en la memoria durante todo el día. He estado pensando en lo que soñé por la mañana en incluso por la tarde, mientras trabajaba.

¿Que qué soñé? Soñé que era el día de Nochevieja y salía de fiesta (muy original eh?). Lo extraño sucede cuando voy caminando por la calle (concretamente la calle Astorga en León) supuestamente he quedado a la altura de la estación con una amiga (supongo que Fany, por la cercanía). Por alguna extraña razón llegaba tarde y me tocaba esperar. Era de noche, hacía frío y empezaba a tener un poco de miedo (si conocéis la calle seguro que lo comprendéis).

Me canso de esperar sola frente a la estación de trenes así que echo a andar. A los pocos pasos se materializa un cristal puntiagudo en mi mano y me corto a la altura de las muñecas. Nada profundo, sólo lo suficiente para que sangre de forma moderada.

Sigo andando, cada vez más lento y a la vez baja la niebla. Me estoy acercando al río y la niebla es cada vez más espesa.

Cada vez me cuesta más andar. Los pies me pesan y ni si quiera puedo mover los brazos.

Cuando llego a la mitad del puente me desplomo, ya no tengo fuerzas. Pero de repente quiero vivir. quiero vivir y ya no puedo hacer nada.

Dos o tres coches pasan a escasos metros de mí. No me ven. La niebla. ¿Por qué está ahí la niebla? Si no estuviese alguien me podría salvar...

Ese es mi último pensamiento antes de cerrar los ojos y...



...despertar.